Apuntes sobre un paisaje
La corriente del Expresionismo Abstracto, según la crítica especializada, se desarrolló por poco más de dos décadas entre su nacimiento en Estados Unidos y su posterior auge en Europa, entre 1940 y 1964 aproximadamente. Como estilo, agrupó a muchos artistas interesados en explorar contrariamente a la figuración, un lenguaje subjetivo, simbólico y gestual.
En la onda historicista, existe la tendencia a encasillar formas, formatos y modos de expresión según estas categorías pre-concebidas, estableciendo un “antes” y un “después” de tal corriente, un “desface” o “analogismo”, incluso se ha hablado de discursos “estancados”, por no mencionar otros juicios más endurecidos acerca de los artistas y sus obras. A pesar de estas aseveraciones, en las nuevas generaciones, surgen prácticas similares que han recurrido a la teoría y la estructura formal de esta tendencia y que por la dinámica misma del tiempo globalizado y crítico de los escenarios que les ha tocado vivir, merecen un nuevo y más ajustado enfoque.
Jocelyn Lugo, venezolana, egresada de uno de los institutos de más sólidos de su país, el Instituto Universitario de Estudios Superiores de Artes Plásticas Armando Reverón, nos sorprende con el desarrollo de una obra inscrita dentro de la tendencia del Expresionismo Abstracto, con procedimientos propios del arte contemporáneo.
Expresión-Abstracción-Materia
Como ella misma confiesa, en muchos de sus trabajos advertimos su afinidad formal con la obra del maestro Antoni Tapies, tanto en el tenor del trazo libre, como en el empleo de dripping, veladuras o frotagge y la mezcla de materiales heterogéneos. En cuanto a la paleta de colores, Jocelyn afirma su elección en exclusividad de los tonos ocres, tierra y derivados; mientras Tapies creó una muy famosa serie gris.
Por otro lado, el uso de signos que resuenan desde la caligrafía oriental, en especial la representación del Wu Wei (la No acción) que es un trazo circular, puede observarse sobre los lienzos de la artista en numerosas oportunidades. No obstante, en virtud de no encasillar el trabajo, no se puede afirmar que es una obra orientalista, ni que sea conceptualizada bajo algún precepto teórico filosófico no occidental.Lugo trabaja desde la fuerza del action painting, como un estado de ánimo y una condición que permite dejar fluir la acción creativa, arraigada en lo interior, los sentimientos y la memoria.
En el proceso de ejecución, incorpora sin interpelaciones, ni demoras, material orgánico procesado por ella o expuesto a los cambios climáticos y condiciones ambientales variables.
Entra en este procedimiento el campo del Informalismo, donde la valoración de las superficies y las cualidades de la materia ganan un lugar privilegiado. Pensamos en Europa a finales de los 40, pero también, en nuestra época, encontramos un espíritu ecologista quizás inconsciente, que avanza en un sentido más político y menos estético con premisas similares.
La incorporación de desechos, residuos y texturas no sólo responde a tendencias pasadas sino que a través de nuevas lecturas, se nutren de la crisis mundial generada por el efecto invernadero y el daño gradual a la capa de ozono, además de otros destrozos imperceptibles provenientes incluso de las industrias que procesan papel, pinturas y materiales diversos. Sin ostentar etiquetas en ese sentido, existen creadores sintonizados con la armonía ambiental y su planteamiento se muestra de manera subyacente.
Alquimia y conocimiento
De sus estudios en el Instituto Universitario de Estudios Superiores de Artes Plásticas Armando Reverón, Jocelyn recorrió con éxito su pensum y también asistió a las clases de elaboración de pigmentos. Este tramo de implementación formal de los materiales, pareciera haberle abierto un universo propio, que a mi modo de ver se traduce en un compromiso valiente para adentrarse en la complejidad de la esencia estética de la obra y su organización intrínseca. No todos los artistas desean inmiscuirse en procesos de exploración originarios acerca de los materiales, cuando eso sucede, parecemos asistir a una entrega y dedicación que colinda con la espiritualidad y sus rituales.
Lugo intenta eliminar las barreras naturales que se levantan eventualmente al conceptualizar o teorizar sobre el asunto creativo y decide otorgar un carácter definitivamente orgánico, vivo, a la obra. Transitando un poco más allá, no sólo se aleja de la racionalización, sino que proporciona libertad a su repertorio y nos asalta en la duda acerca de la concepción de “obra acabada” y mucho menos conservada, en los términos prácticos de las instituciones académicas.
LandArt y paisaje íntimo
En líneas generales, la apreciación del conjunto de piezas de Jocelyn Lugo puede enmarcarse con gran acierto dentro del LandArt. Conocido también como earth art o arte de la tierra y originario de Estados Unidos por la inicativa de Robert Smithson en las décadas de los 60 y 70, esta tendencia desarrolla acciones en torno al eje central de la naturaleza. A diferencia del Eco-art que implica un activismo, esta corriente ofrece más libertad en propuestas individuales. No es casualidad observar la elección de una zona forestal o segmento terroso donde la artista incorpora su trabajo sin contrastes, es un proceso de acompañamiento energético, visual, sensorial y se convierte también en una diatriba con respecto a la autoría.
Es un acontecimiento estremecedor pues establece una conexión afectiva hacia los años de infancia, de pureza sensual y orgánica que se manifiesta sin cercos, límites o teorías apabullantes.
En relación al paisaje como idea, su trabajo obedece a una comunión con el proceso de conocimiento interior. De rasgos autobiográficos, sus telas, en ocasiones desplegadas, sin marco, ubicadas en lugares estratégicos, abismos o laderas de un terraplén, asisten a un ejercicio de reflexión ontológica en constante movimiento.
Me atrevo a presagiar un gran avance libertario en su trabajo como síntesis argumental, tomando como eje central el concepto de erosión, esa erosiónque resulta luego de la batalla con los elementos, el ambiente, los días y las noches, o consigo misma, pues allí reside un discurso análogo a la iniciación.
Un discurso valiente que niega la preocupación por el estado perecedero de la obra, desatendiendo la pretensión de obra terminada y que apuesta por el roce del tiempo y el ambiente como proceso ejecutor del objeto artístico, está llamado a movilizar los estamentos sobre los que venimos construyendo ideas fijas y muchas veces prestadas sobre lo que es arte. Sea Abstracción, Expresionismo, Lan Art o Eco-Art el trabajo de Jocelyn Lugo antepone su diálogo interior como reflejo del acontecer natural a cualquier clasificación asfixiante. Por ahora queda garantía de libertad aún en la erosión, nuevas epopeyas y un paisaje reinventado cada día.
Thelma Carvallo
Caracas, 18 de mayo de 2019
JOCELYN LUGO: DEL ALMA COMO LA TIERRA
Más que nunca antes en este siglo, los artistas tratan de recuperar, en un acto instintivo, los nexos con la tierra, para poder enfrentar las estrellas“
Roberto Guevara
La gran revolución del hombre contemporáneo reside en el retorno del hombre a sus orígenes, decía Octavio Paz. Precisamente ése es el sentido que parece asumir Jocelyn Lugo en este trabajo artístico al que denomina Paisajes interiores, en cuya más íntima esencia yace el regreso a una relación primaria, original: la recuperación del vínculo entre el arte y la naturaleza.
Cierto que es una relación de antigua data. Que está presente en el primer gesto que significa el paso del homo erectus al homo sapiens, en las cuevas de Altamira. Que después, cuando el hombre pudo hablar con Dios sin intermediarios, allí estuvo, iluminando paisajes y bodegones, y que, más tarde, cuando por fin pudo el artista salir a sus parajes, vio en ella la luz que marcó la línea evolutiva del desarrollo histórico del arte occidental. Más que representarla, quiso Van Gogh, por vía de una excepcional sensibilidad, expresarla, abriendo insospechadas posibilidades. El land art y el arte conceptual, más tarde, llegarían a otros extremos.
Pero la intención de Jocelyn Lugo va un poco más allá. Se sustenta en ese movimiento de retorno, pues se trata, en su caso, no sólo de expresar esa Naturaleza en su trabajo, sino de convertirse ella misma, la obra, en vehículo o instrumento para que, por ellos y en ellos, Naturaleza y ser verdaderos se digan con el menor grado de intervención consciente.
El arte contemporáneo se antoja a veces un espinoso panorama, en el que, recorridos ya en apariencia todos los caminos, los conceptos de creación u originalidad parecen, más que difíciles, excluidos. A ello se suman los dictados del llamado espíritu de la posmodernidad, que han terminado por conferirle carta de identidad a lo que antes fue casi inaceptable: las imposiciones del mercado como elemento de validación estética. En estos términos, la confusión no es poca, y la desesperación, por desgracia, con frecuencia palpable.
En ese espeso bosque, afortunadamente no son pocos los nombres jóvenes que nos llenan de esperanza por el vigor y la honestidad con que se sumergen en la búsqueda o conformación de un propio lenguaje, ajeno a determinaciones externas de cualquier tipo. En este sentido, este trabajo de Jocelyn Lugo destaca por una poco común claridad y autenticidad de propósitos para devolver al arte sus conexiones con lo profundo y verdadero de la esencia humana en su relación con lo sagrado.
Paisajes interiores, no en balde, titula su propuesta y en ella sentimos lo que Eliade, Paz o Foucault llamarían el retorno del origen, aquello a lo que el llamado hombre primitivo acude cuando impera la confusión o el desorden. El origen está, primeramente, en el propio ser. No en la memoria, sino en ese entramado mucho más profundo en el que yacen experiencias, vivencias, quizás recuerdos que nos preexisten, y están allí, clamando por un medio que les permita salir a la luz. Para Jocelyn Lugo ese medio es el arte y, específicamente, la pintura, en la que indaga los medios para plasmar lo indecible.
Sin embargo, no se trata de meras intenciones expresionistas, aunque algo de ello podría decirse. Esta joven artista, no en vano orientada por los principios del Tao como herramienta filosófica, entiende de la pertenencia del hombre al Todo, a un orden cósmico y natural cuyo vínculo hemos perdido. El escenario primero de ese vínculo es la Tierra, algo que las culturas distintas y distantes de nuestra lógica occidental siguen conservando. La Madre Tierra, dicen nuestros indígenas, en donde están entrelazadas las raíces de todo lo que existe.
Y es la Tierra el punto de partida de estos paisajes interiores de Jocelyn Lugo. De la Tierra, los recuerdos de su infancia en Nueva Orleáns, azotada por las magníficas tormentas del norte: La laguna, el barro en las hojas, los huesos del cementerio vecino desnudos por el agua. Todo está en esos paisajes a los que la tela se ha prestado para ser ella la Tierra misma, el espacio de esa casi excavación arqueológica de las imágenes más íntimas y, por ello, quizás, más universales.
Pero decir Tierra es decir la materia. De ella provienen cada uno de los elementos escogidos para la preparación de los pigmentos; los ocres, marrones, rosados o grises, de su paleta monocroma o las rasgaduras mismas de la tela, como la tierra abierta por la tormenta. Por ella también la apelación a Tápies y el informalismo, como vía para dejarla hablar en el soporte. Pero, sobre todo, el gesto, el más esperado y espontáneo de los elementos que conforman el proceso.
En la China, la pintura, dicen, ocupa el lugar supremo entre las artes. Más que la poesía misma, pues si ésta describe los espectáculos de la Naturaleza, aquélla encarna su espacio originario, el aliento vital: es participación en el gesto mismo de la creación. La pintura, escribe François Cheng en Vacío y plenitud, busca crear, más que un marco de representación, un lugar mediumnico donde la verdadera vida sea posible.
La pintura, tal como la concibe Jocelyn Lugo, participa de esa intención de recuperación de esa verdadera vida que hoy tanto reclama el arte. El más genuino.
Maritza Jiménez
La Pintura entrañable de Jocelyn Lugo
Las tradiciones modernas del informalismo, del expresionismo abstracto, del abstraccionismo lírico, y más particularmente las del gestualismo y del actino-painting, dieron lugar a grandes procesos de experimentación con los medios expresivos de la pintura y con procedimientos y tratamientos relativos a la elaboración de las obras. En esos ensayos se operaron hibridaciones y cruzamientos de tendencias artísticas y de lenguajes que ampliaron y enriquecieron al arte en las últimas décadas del siglo XX.
De esa gran corriente de la pintura se nutre la actual experiencia creadora de Jocelyn Lugo. Ya no se trata de una prolongación ni de una derivación tardía de los informalismos y expresionismos abstractos iniciales, sobre los cuales surtieron sus efectos las rupturas de la posmodernidad y de los nuevos tipos de lecturas más activas y más abiertas del arte, con sus reinterpretaciones y resemantizaciones que la plurizaron.
La pintura de Jocelyn Lugo, como casi todo el arte abstracto de hoy, no es tan abstracto, aunque a primera vista lo parezca.
Por su origen venezolano y por su formación globalizada, intercultural y pluralista, Jocelyn Lugo pinta con una marcada inclinación a la apertura polisémica y una predisposición a desbordar las formas abstractas de sus obras para librarlas al juego ilimitado de las asociaciones imaginativas y memorísticas, de las analogías y las metáforas.
Por otra parte, Jocelyn utiliza muy bien el principio de la abreviación de la obra, es decir, de hacerla más simple y más breve, como consecuencia del haber asumido y simplificado sus componentes. En primer lugar descarta los elementos que considera superfluos o innecesarios. Se queda con unos pocos, como formas, trazos, texturas, tonalidades, proporciones, y los simplifica o sintetiza lo más que pueda. De ese modo la obra así simplificada concentra su interés en muy pocos de sus elementos constitutivos, y establece una jerarquía entre ellos para privilegiar uno o dos elementos protagónicos que actúan como solistas.
Esta técnica de abreviaciones y simplificaciones forma parte de lo que se califica como “economía de los medios”, la cual consiste en lograr un máximo de medios y un mínimo de esfuerzos.
En el discurso expresivo de la pintura de Jocelyn Lugo confluyen dos tendencias constantes que la definen: una de ellas se funda en el predominio de lo emotivo, lo sensible, de lo afectivo; y la otra radica en cierta rusticidad y naturalidad de los materiales, que a veces parecen primitivos o arcaicos. De modo que la coincidencia de esas dos características le confiere a estas pinturas una cierta identificación con lo natural. Con los sentidos y los impulsos corporales y los biológicos de la artista, y con el estado natural de los soportes y materiales de su pintura.
Por ello se sitúa en el polo opuesto a las corrientes neo-conceptuales y las cibernéticas del arte internacional preponderante.
Peran Erminy
Julio del 2001.
Congojas y espumas de un tiempo infinito
El arte es el lenguaje de lo sublime y de lo oculto. El artista con su sentido poético atrapa lo que podría evanecerse sin dejar el mínimo trazo. La música, la pluma y el uso del pincel conceden majestad a los entes que circundan la vida de Jocelyn Lugo. En la ritualidad de su alma, en las mañanas brumosas y frías de su taller, con la intensa magia de sus manos, plasma lo que la erosión ha realizado con las cosas que la circundan. Jocelyn ama la luz, en el deslizar de esta se avizoran espacios que encarnan la oscuridad, hay espacios desconocidos de la nostalgia que ella logra retener para evitar la absoluta disolución y la muerte de un mundo que es abrumado por la lucha de sus propias fuerzas destructivas.
Jocelyn transmite con su pintura el hondo sentimiento metafísico de la percepción cristiana, desde las lianas de su pensamiento combina el sentimiento religioso de la paz perpetua con la osadía extraordinaria de transitar, no en las rutas ordinarias del lenguaje, sino la escabrosa tiniebla de la expresión. Las hojas y el viento están a su lado, perfilan las transfiguraciones de lo que emerge desde los lienzos que nos entrega. La neblina y los rocíos nos dan la bendición del bautizo. Los colores que nos regala, los pecíolos y el bosque fragmentado nos retornan a la magia de esa abundancia natural que nos descubre nuestra artista plástica, deambulamos entonces por parajes que nos hablan de la cura, de lo primigenio, de la elevación. La espesura de la naturaleza, el relampaguear lejano, allá, muy lejos, hasta perderse en el horizonte nos hace comprender que la perennidad y lo efímero son la misma cosa.
Lo vital en la obra de la artista que presentamos no remite al mundo de la derilectión. En esa dialéctica sublime del ser aparece lo sustancial y medular de su postura ante el mundo, la pluralidad de una existencia que nos hace saber de la diversidad y del océano infinito de los sueños. La existencia es laceración porque el tiempo, el río del pasar, graba, deja su huella y horada lo que vive, lo que roza. A la misma vez la luz infinita se muestra como un manto imperecedero de visiones y de expresiones donde la alcurnia testamentaria de la fuerza anímica convoca al dialogo interior y a las revelaciones. La luz y el viento forman parte del fuero interior de un arte cuyo portento reside en la retoma de la vida. Los lienzos y las figuraciones de Jocelyn buscan las voces estatutarias del universo, las revelaciones, las suyas captan lo ontológico, lo que nadie puede ver. Ese camino busca la plegaria infinita de una lengua olvidada que solo abre inspiraciones y retorna a la existencia lo que fue silenciado. El delirio místico nos conduce por las riberas de la belleza y a las promesas de un mundo celestial.
De la luz de sus lienzos emergen figuras que están allí y que no renuncian al diálogo entre lo inconsciente y los entes que poseen absoluta autonomía para expresarse, ellos residen en lo fortuito, en el golpe de emociones que produce la retina. Cuando penetramos los paraísos de Jocelyn, comprendemos que de sus manos emergen las enseñanzas que nos encaminan a cohabitar con figuras olvidadas que están más allá de la gramática y de las preceptivas pictóricas, son solo el palpito emotivo de un esfuerzo espiritual que necesita resignificar lo despreciado. Todo lo que se va nombrando y mostrando son universos que tienen derecho a pervivir y a no perderse en la apercepción del olvido infinito. Los cuadros de Jocelyn y los trazos que dejan plasmados los pigmentos que forman parte de sus composiciones, fortalecen el reverdecer de un lenguaje que es impostura en una época donde los dioses del latón y del industrialismo han sacrificado a la memoria tierna de palabras tersas y de trazos que luchan por plasmar lo ignominioso.
Nuestra artista marcha hacia la sintonía, hacia la voz del viento, las fotografías en blanco y negro son amadas con fascinación por esta dama, en esa expresión va la memoria y el recuerdo de su abuelo Alfonzo Jesús Lugo Marte, fallecido a los 97 años, fotógrafo de un profesionalismo excepcional, quien hasta el último día de su vida arrastró detrás de si su cámara Rolleiflex y su trípode. Su admirado ascendente fue amante de la sugerencia, con una química permanente hacia la poesía de la calle, vivía atrapado por la belleza de las pequeñas cosas y desde allí fue confeccionado la permanencia de sus retratos. Sus recuerdos son la crónica perfecta de recreación de una memoria que no se puede olvidar y hacerse extinta. Jocelyn trabaja con los elementos más frágiles, la erosión, el tiempo, los colores y la soledad son los solios de su creación. Pintura del alma, de la fosforescencia, de la amalgama de pigmentos y de la evocación de la llama de una vela como nos lo legó Gastón Bachelard.
La pintura de Jocelyn transita por las rutas y la realización de un panóptico que resalta la magnificencia de la mirada, los ángulos de su contemplación son multívocos, su lenguaje interpela la vida del hombre que reside en el conocimiento ordinario. Se marcha hacia la magnificencia de los sublime. La plasticidad del espíritu del hombre reside en la música, en la poesía, en la historia y en la contemplación, su espátula es festiva y las reglas provienen del propio arte como lo diría Schelling. Lo más importantes para esta mujer es remar en sus propias intuiciones hasta fundirse consigo misma. Los ecos de la neblina resuenan en sus oídos, la magnificencia de los viejos árboles y de sus hojas asidas por el viento cobran fuerzas y dimensiones en un mundo que no se siente abandonado.
En los jardines del templo de Jocelyn moran los dioses céfiro y bóreas; en arrebato permanente penetran las figuras de papel, de pasta y de arcillas que cobran su majestad en los caminos que se van bordeando camino a la eternidad. Cuando comienzan las mañanas la esperan en la perenne sinfonía primaveral que materializan sus presencias. El taller es un sitio de encanto donde se dan cita adioses definitivos a la banalidad material de sustancias que moran hasta putrefactarse, no tienen otro camino, sin embargo, el declive de la madrugada nos va permitiendo escuchar las voces cautivas de su alma, estas emergen rutilantes. El olor a eucalipto de los árboles cercanos aprehende una eternidad que necesita de él para perdurar, envuelta entre esos celajes sus días se refugian en el álbum fotográfico de la memoria, hasta toman forma en la majestad de una obra que es catarsis, que es amor, silencio y secretos de lo que perdurará.
Nelson Guzmán
La Belleza reside en las armonías
Gestos, texturas, el color y la presencia palpable de la tierra, y el desgaste de lo material evocan en la obra de Jocelyn Lugo lo que muy bien insinúa el título de la serie ¨ Viento y Erosión¨.
Al igual que el viento, el tiempo transcurrido deja huella y cicatrices. Huella de lo que fue y ya no está de manera tangible, pero que intuimos como secreto susurrado unas veces, mientras que otras se hace grito desgarrador y doloroso, cobrando la evocadora forma de marca indeleble que, como las arrugas de la piel de un anciano, indican además del paso del tiempo el pesar y el dolor que irremediablemente sentimos cuando entendemos que hoy somos apenas el despojo de lo que una vez fuimos.
Pero a diferencia de la horrible proyección del temor propio a la vejez, la obra de Jocelyn Lugo transpira paz. Una paz que sólo puede sentirse cuando se está frente a la Naturaleza, incluso cuando ésta se hace despiadada, y en lugar de ofrecer cobijo, se convierte en monstruo devorador que resopla vientos huracanados o estremece la tierra bajo nuestros pies, causando destrozos.
Y esto se explica porque a la Naturaleza estamos acostumbrados a verla más por sus bondades que por sus eventuales ataques de ira. Ira que casi siempre interpretamos como reclamo al mal uso o mal trato que le damos a los múltiples regalos que esta nos hace en la forma de bellos paisajes, explosiones multicolores de la flora y de la fauna o formaciones perfectas de rocas y cristales. Ira que algunos entienden también como castigo divino y casi siempre merecido.
Pero esa no es la belleza que encontramos en la obra de Jocelyn Lugo. La Belleza reside allí en las armonías de tonos cálidos que casi huelen a tierra. En los trazos gruesos y espontáneos que nos recuerdan la voluntad humana que se impone y quiere establecer su presencia. En los trozos de la tela deshecha que al mostrar su esencia se nos antoja honestos y directos, como pocas veces los humanos nos atrevemos a ser.
Las texturas en el lienzo, evocadoras de las múltiples capas del tiempo, se manifiestan además de por las evidencias de la materia allí presente, por el degaste de la tela que ha sido trabajada incansablemente por la artista.
Cada cuadro es pintado y sometido a la acción de la intemperie, para luego ser intervenido con una maquina lijadora que va descubriendo estratos de pintura que convencionalmente permanecerían allí ocultos y las fibra primaria que sabemos que está allí, como parte germinal de la tela, pero que nunca vemos en su estado más primitivo.
Ese proceso de evidente creación y aparente destrucción, repetido docenas de veces, va permitiendo que cada pieza sea construida a fuerza de tanto hacer y deshacer.
Al igual que la naturaleza, Jocelyn crea una obra que luego agrede, aparentemente, a través de una intervención abrasiva y enérgica.
Y son esas capas de pintura y de materia mineral y orgánica, aplicadas y puestas a secar para luego ser lijadas testigos silentes de un proceso que se repite ad infinitum, hasta que la artista, agotada físicamente, siente la obra como terminada.
El resultado: una pieza poética llena de resonancias, que cada espectador asociará a las propias de la manera que mejor pueda, pero que evocará siempre la presencia unívoca de un poder divino conectado con la creación, remitiéndonos a un posible crecimiento y desgaste, que sentiremos como parte de nuestra evolución y como marca inexorable del tiempo que nos conduce hacia la conclusión de un tránsito, cuyo fin todos conocemos y, a menudo, tememos.
Rodolfo Graziano C
Caracas, Abril 2008